Vacaciones en un mal sitio
Nunca olvidaré esas vacaciones. Como no había
lugar en el hotel, alquilamos una casa. Después de la medianoche, llegamos. La
casa tenía un techo altísimo, y la puerta era enorme. Intentando mantenerse
encendido, un foquito amarillo luchaba en el techo del living. Al apagarse, un
aire helado atravesaba la sala. En los remolinos de viento, podía adivinarse
algo así como un susurro inentendible.
Cuando dividimos las habitaciones, elegimos con Abigail, mi hermana menor. Era tarde, por eso, nos fuimos a dormir. Al
entrar, descubrimos que los vidrios de las ventanas estaban sucios. Nos
acercamos a ellas, cuando, para nuestro
terror, vimos pequeñas manitos. Yo, Abril,
decidí poner cortinas.
El
placar del lugar era grande, y estaba vacío, salvo por unos muñequitos antiguos
ubicados en la tercera repisa. Los
observamos unos minutos, y cerramos la puerta.
Unos cuantos minutos más tarde, dormíamos
plácidamente. A la madrugada, mi hermana
se despertó sobresaltada, e inmediatamente
me llamó. –Escucha- me dijo, en un susurro desesperado. – ¿Escuchas las
risas? ¡Tengo miedo!-. Aún con sueño, me incorporé, e incrédula intente
escuchar. Pensando en ilusiones, sólo en ilusiones, le contesté:- Sí, pero solo
es imaginación. Estamos con miedo por el lugar. Nada más. Olvídate.-. Ella no
pensaba lo mismo, pero no quería discutir conmigo. Yo, con mi pensamiento, me
dormí inmediatamente.
Al día siguiente, vi que los muñecos estaban
en el suelo. Pensado que Abby había estado jugando con ellos, no me preocupe, y
me olvidé del tema. Cuando crucé, me tropecé con ellos y caí al suelo. Enojada
con mi hermana, grite llamándola. Con tanta furia por el pequeño
acontecimiento, le pregunté sobre su actitud con los muñecos. Ella, ajena a todo,
no sabía que decir. Asustada, me respondió:- ¡Yo no hice nada!-. Descubriendo
la verdad en sus palabras, le pedí disculpas, y comencé a asustarme.
La noche siguiente, fui yo la primera en
despertarme. Miré el reloj, eran las cinco de la mañana. Me senté en mi cama. En esa posición, vi a
los muñecos al lado de mi cama. Ahí sí; no aguanté más y di tal alarido que mi
hermana se despertó de un salto. Lo peor fue que, después de mi grito, el
muñeco que estaba sentado a la cabeza del grupo (esa fue la primera vez que vi
como estaban acomodados), se comenzó a incorporar lentamente. Imitándolo, los
demás se comenzaron a parar. Mi sangre se heló. Corrí desesperada saliendo de
la habitación y tomándole la mano a mi
hermana, la saqué del lugar llevada por el miedo. Corrimos a la habitación de
nuestros padres, despertándolos sin explicación. No era necesario. Vieron los
muñecos, y quedaron petrificados del espanto. Con mi hermana abrimos la ventana
mientras nuestros padres cargaban apuradísimos el equipaje. Saltamos a través
de ella, corrimos al auto y salimos a toda velocidad.
Mientras nuestros corazones se
tranquilizaban, comenzamos a contarles de lo que presenciamos desde nuestro
ingreso a la habitación hasta minutos antes. No volvimos por esos lugares y las
próximas vacaciones elegimos lugares más seguros.
Lucy
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